Por Davinia García
Tras el aguacero, una atmósfera limpia nos despeja el camino hacia el hogar de Mayte Álvarez. Poco a poco el ambiente se transforma y nos vamos adentrando en un ritmo cada vez más calmo. Un caminito casi de cuento, rodeado de vegetación, nos lleva hasta la casa. Mayte es madre de día y, por tanto, su hogar es el espacio destinado al cuidado y educación de los niños que asisten cada día a su escuela-hogar. Por eso, no nos extraña observar un pequeño jardín y huerto a la entrada. Hecho a la medida del niño, con columpios de madera, una chocita de palma y dos frutales que, por su pequeña altura, constituyen una selva a medida para el niño.
El espacio interior donde nos recibe resulta casi, una extensión de su persona. Mayte se rodea de cierta calma. El ambiente se respira holgado y simple. No hay demasiadas cosas puesto que la materia fundamental son los propios niños y su universo de fantasías. Varios triciclos de madera, alguna muñeca de trapo, telas de colores, piñas, conchas, tronquitos… Los juguetes más sofisticados no estimulan sus fantasías. En cambio, los objetos primarios y procedentes de la naturaleza, como telas, frutos, etc. permiten alcanzar un desarrollo del sentido del tacto mejor diferenciado; además de imprimir plena libertad en la imaginación y en el juego libre del niño sin ideas prefijadas.
Una sonrisa calmada, cierta contención emocional en su rostro comunican que los ideales pueden plasmarse en iniciativas reposadas, como ésta. Brindar un hogar para la educación de una ciudadanía en potencia. Pero una educación a microescala, colmada del calor y la intimidad de la vivienda. Fragua de valores. Retomar nuestra soberanía educacional, ayudar a formar personas libres y plenas.
La labor de Madre de Día
Las Madres de Día reciben a los hijos de otras familias en su hogar para encargarse del cuidado de estos, al mismo tiempo que, si se da el caso, pueden cuidar de los suyos propios. Se trabaja con una ratio de cuatro niños por grupo, a los que se les ofrece un entorno hogareño y cuidado individualizado, por parte de un profesional. Esta práctica es habitual en la mayoría de los países europeos donde incluso, no sólo es reconocida legislativamente sino que es apoyada desde las instituciones gubernamentales. En palabras de Mayte “en países como Inglaterra alrededor del 80% de los niños son cuidados en hogares a través de la figura de la Madre de Día”. El valor de esta práctica reside en varios aspectos. Por un lado, trata de dignificar el papel de la mujer en las tareas de crianza. Un trabajo que además de no estar valorado resulta invisible para la sociedad. Junto a ello, reafirma la dedicación absoluta en la misión de acompañar a la persona en sus primeros años de vida, favoreciendo su desarrollo integral. Por todo lo dicho, este es un proyecto de conciliación de la vida laboral y familiar, un proyecto de innovación educativa y social y un complemento a las guarderías tradicionales y a los actuales centros infantiles.
“La tarea de educar es la de autoeducarse”
Una labor, la de educadora en la que posee una dilatada experiencia al trabajar como maestra Waldorf desde hace trece años con niños, padres y educadores en formación. La actividad de la asociación no sólo se centra en el proyecto de Madres de Día, sino que también invierte en formación. Trata el entorno del niño, ofreciendo charlas, talleres y consultas indiviadualizadas dirigidos a padres, educadores o a cualquier persona interesada en la etapa de la infancia que comprende desde el nacimiento hasta los siete años. Dicha formación se concreta en el proyecto formativo “El Arte de ser Padres”, pues la tarea de educar es la de autoeducarse”.
Trabajar con la Voluntad
La Pedagogía Waldorf constituye una de las fuentes de la que se nutre el Proyecto de Madres de Día que promueve Mayte. A la luz de las ideas que el Dr. Rudolf Steiner propuso en el siglo XX y que han sido desarrolladas por un gran número de pedagogos desde esta fecha hasta la actualidad, el proyecto Zoe: Para la Primera Infancia y la Mujer está dirigido a niños de entre 0 y 3 años de edad. El periodo propicio para trabajar la voluntad de los niños y futuros adultos.
Esta pedagogía se define como una educación de cabeza, corazón y manos. Pues da igual importancia a las asignaturas intelectivas, como a las artísticas y plásticas. Según sus propulsores, pretende formar al niño en valores y lo prepara para enfrentar un futuro de gran complejidad. Así, el método Waldorf fundamenta el desarrollo de los seres humanos según principios generales cognitivos-evolutivos que comprenden etapas de siete años, denominadas septenios. Entonces cada septenio presenta momentos claramente diferenciados en los que surgen intereses, preguntas latentes y necesidades concretas. La acción pedagógica habrá de promover, facilitar y maximizar el aprendizaje intentando dar respuesta a todas estas demandas. El educador busca un clima armónico en el que transmitir los contenidos. Se trata de vivir el aprendizaje, incardinarlo. De tal manera que se conjuguen: el pensamiento, para conocer los materiales y las leyes que los rigen; el sentir, para apreciar la dimensión estética del mundo; y la voluntad, en cuanto al dominio de las técnicas y la concreción de las tareas.
El trabajo de estos principios en la Primera Infancia resulta indispensable para conseguir estos logros. Durante sus primeros años de vida, el niño se relaciona con el mundo a través de sus sentidos. Observa el mundo y quiere imitar aquello que ve como método de aprendizaje. De ahí la importancia que tanto padres como educadores constituyan un modelo digno de imitación. En este periodo de edad, los educadores deben mostrarse como personas proactivas que desarrollen sus actividades (tejer, pintar, hacer pan etc.) con alegría y entusiasmo. Son los que imprimen el ritmo a las acciones, estimulan el juego libre y el desarrollo de la fantasía, a través de los cuentos. La transmisión oral de historias a esta edad estimula al niño ofreciéndole vocabulario, aprende a escuchar, se alegra del triunfo de lo bueno y desarrolla la simpatía. Además, los cuentos pueden ayudarles a canalizar sus propios miedos.
Integrar la naturaleza en la tarea diaria es otro de los cometidos en la Primera Infancia. El contacto con la naturaleza, recogida de plantas aromáticas, la representación de la época del año a través de materiales propios de la estación, la celebración del paso de estación, etc. son acciones encaminadas a estimular la empatía del niño con su entorno natural. Por último, trabajar con los ritmos mediante diferentes acciones como las horas de comida, el cuidado, el juego, el dormir, etc. Cuanto más claramente se estructure el transcurso del día, el niño podrá incorporar con mayor facilidad, la diferencia entre el día y la noche y podrá regular su organismo.
Trabajar con la Voluntad en edades tan tempranas contribuirá al desarrollo integral del futuro adulto. El Proyecto Zoe: para la Primera Infancia y la Mujer también trabaja con la voluntad de los adultos que se sienten responsables de la educación de sus hijos, en aras de contribuir a formar una ciudadanía cultivada en valores. Puesto que una de las ideas principales de la metodología Waldorf es que en los primeros dieciséis años de vida el ser humano reconstruye la evolución que la humanidad realizó a lo largo de la historia. Es decir, conquista el nivel de conciencia adquirido por la humanidad.
La Asociación que promueve Mayte también trabaja con la voluntad. Con la voluntad que caracteriza al movimiento asociativo y comunitario cada vez más en boga en nuestra sociedad. La voluntad de la sociedad civil participativa que se une al fervor de ideas de mejora y progreso social. En definitiva, la verdadera voluntad, entre voluntades.